De dos décadas al presente era quizás imposible pensar que el avance de las tecnologías de información y comunicación llegaría al estado en que hoy se encuentra, con la constante evolución a la que se asiste actualmente. Se trata de nuevas formas de significar el mundo mediante un concepto de conectividad que nos da una idea de infinito. Sin embargo, las instituciones no acompañan a esta evolución que crece a nivel exponencial. Muchas de ellas continúan atascadas en un nivel anterior que sume al sujeto en una ambivalencia con respecto a sí mismo. Por un lado encontramos el cuerpo individualista del capitalismo a ultranza. Por otro a la conectividad, a la interacción como factor de ser, de subjetivación.
Si bien la brecha entre lo individual y lo colectivo nunca fue clara, ya que se trata de entes interdependientes, el avance del individualismo-en-conexión tiende a trazar un límite más tajante, pero no a nivel conceptual, sino entre los mismos individuos-masa (y no tan masa) de la conectividad. Es una nueva forma de subjetividad en constante tensión, ambivalencia, borrosidad. Se desplazan los límites que alguna vez se marcaron, para crear nuevos que a su vez crean nuevos. Y, entre tanto, emergen subjetividades que dan cuenta de un espacio y tiempo particular, subjetividades de época, con sus padecimientos concomitantes.
Es allí donde sitúo al monitor, y todo lo que acarrea. Este monitor que duele por lo que permite ver, y por lo que vela. Este monitor lcd, led, grande que casi enorme… ese widescreen que todo lo ve, que todo lo siente, que todo lo permite porque es mi acceso al mundo. Y me duele el monitor, este límite entre lo que veo y lo que no veo. Este velo que me abre las puertas de una realidad que creo a la vez que me crea. Lo padezco. Padezco de widescreen.
Padecimientos de época, le llaman algunos autores, a las nuevas formas de dolor psíquico, las formas particulares de cada tiempo, de cada cultura, tan dinámicas y a la vez tan generalizadas. Y es allí donde también se posa el deseo de la época. ¿Ser o no ser? ¿O será tener? Un poseer que pasa a ser po-ser, un nuevo se-er. ¿Qué se es y qué se tiene? Complicado es responder a la pregunta si se toma en cuenta que al menos alguna parte de lo que se tiene es lo que se considera que se es. ¿Y qué se tiene? Se tiene este monitor de tubos, viejo, al que ya le fallan algunos colores, cuadrado, monótono, ese que tanto lugar ocupa en el escritorio. Y sólo pensar en esos lcds de alta definición se nos hace un mar la boca, provocando este ferviente deseo de consumir lo nuevo, de descartar lo viejo. Este deseo en HD que se torna una suerte de falo post-moderno.
El adolescente advierte que hace ya tres años compré mi pc de escritorio, y comenta “no sabés nada de computación”. Y duele. Él sí sabe, él tiene… él todo lo puede con sus tantos núcleos y sus placas poderosas, su Nvidia que pareciera producir justamente eso: en-vidia, además de apoyo para su identidad en formación. Sabe que accede a una elite donde son ellos los que tienen, los que pueden, los que relegan a aquellos que hemos quedado aquí sentados con nuestros monitores de tubos, vaciando nuestros discos rígidos porque… sí, a veces se llenan. Y nos llenamos de preguntas también. Me pregunto si el tener es más tener que ser o es al revés. Si lo que somos no está más dado por lo que tengamos, en esta era individualcolectivista (¡Condensar palabras es también muy post-moderno!). Si los que alguna vez fuimos no nos habremos quedado afuera de este pertenecer en HD.
Y ese no tener duele. No tanto quizás para el que nunca tuvo, o para el que no ha significado al tener como ser, sino más bien para el que intenta ingresar a esa pautada identidad de los cuatro núcleos, de las placas de video que requieren las enormes calidades de los gráficos de juegos que día a día juega en red, a través de los cuales incluso se conecta, hace amigos, enemigos, se plasma (¿Cual monitor de plasma?), se modifica y crece. Duele una parte del ser que está por fuera. No duele ya el codo, el pie, la cabeza, el oído. Duele el monitor, la placa… duele el procesador. Son dolores en la subjetividad que están por fuera ya del cuerpo en acto. Dolores que atraviesan como sujetos de y en-monitor. Sujetos de placa, sujetos quad-core que no se conforman con dual-core si el de al lado lo ha superado en núcleos.
¿El deseo es el deseo del Otro? Más bien de LOS otros, porque es con ellos con quien ha de conectarse este sujeto herido en lo más profundo de su monitor. Este sujeto barrado en su deseo de ser… pero ya no ser como verbo, sino en su mismísmo Ser, en busca de estos falos post-modernos que pronto habrán perdido valor, para así permitir que el deseo se siga generando, siga circulando. Con los falos post-modernos advienen las histerias post-modernas. Se sostienen el deseo en el deseo insatisfecho, pues la vertiginosidad del avance de las tecnologías no permite jamás tener LO último. Sin embargo es ESO lo que se desea. Eso que nunca se tendrá. Ese subrogado de objeto primario en HD. ESO que dentro de los límites de la simbolización, me hace doler el monitor… y así como duele el monitor, me duele la subjetividad, el no-ser ESO, por no TENER…
M.L.